Descubre los consejos sencillos y humanos del doctor Shigeaki Hinohara, el médico japonés que vivió más de un siglo trabajando por la salud y la alegría cotidiana.
La búsqueda de una vida larga y plena no se trata de fórmulas mágicas ni de dietas extremas, sino de hábitos sencillos y constantes. Así lo demostraba el doctor Shigeaki Hinohara, quien trabajó hasta los 105 años y dejó un legado de sabiduría práctica sobre cómo cuidar el cuerpo y el espíritu.
Su filosofía, basada en la ligereza, el movimiento y el propósito diario, sigue inspirando a millones de personas en todo el mundo. Comer con moderación, moverse sin prisa pero sin pausa y mantener viva la curiosidad son pilares de una longevidad serena. En una época que confunde bienestar con velocidad, su mensaje recuerda que la salud se cultiva paso a paso, con gratitud y alegría tranquila.
En la escalera del cuarto, una vecina de 88 sube despacio con una bolsa de mandarinas. “El ascensor hoy no me toca”, dice. El doctor **Shigeaki Hinohara**, médico japonés que vivió hasta los 105 años, habría asentido: subir peldaños fue uno de sus secretos. Durante décadas trabajó en el Hospital St. Luke’s de Tokio, sobrevivió a un secuestro aéreo en 1970 y siguió dando conferencias más allá de los cien. No hablaba de milagros, sino de hábitos.
La longevidad no es una carrera: es un oficio cotidiano. En España, la esperanza de vida ronda los 83 años, según el INE. Vivir mejor y más depende, en gran parte, de lo que repetimos sin pensar: cómo nos movemos, qué comemos, con quién compartimos el día.
Hinohara recomendaba incorporar esfuerzo leve en lo diario: escaleras, caminar dos o tres paradas antes, cargar tu propia mochila. No es épica; es constancia. En el portal, elegir el tramo a pie. En el trabajo, levantarse cada hora a por agua. El cuerpo agradece el microesfuerzo y la regularidad.
Además, proponía tener proyectos a medio plazo. Agenda en mano: una excursión el mes que viene, un curso de dibujo en otoño, visitar a un amigo en Navidad. El sentido —el ikigai, dirían en Japón— sostiene más que cualquier suplemento.
Su rutina era frugal: desayunos sencillos, almuerzo mínimo, cenas de verduras, arroz y pescado. No se trata de imitarla al milímetro, sino de la idea: porciones moderadas, vegetales como base, proteína de calidad y pocas prisas. En nuestras mesas, eso puede traducirse en legumbres dos o tres veces por semana, aceite de oliva con mesura, fruta de temporada del mercado y evitar el picoteo automático. Si hay enfermedades crónicas, conviene ajustar con un profesional.
El médico centenario defendía evitar pruebas o tratamientos innecesarios. Preguntar siempre: beneficios, riesgos, alternativas. Invertir en prevención que sí funciona —vacunas, control de tensión, dejar de fumar— y en rutinas que bajan el estrés: respirar hondo en la cola del supermercado, caminar después de la comida en lugar de sentarse al móvil.
La soledad pesa. Hinohara trabajó en comunidades y sabía que la conversación alarga la vida. Un café con vecinas, un club de lectura en la biblioteca, una tarde de dominó en la plaza. Y aprender algo nuevo: una app para fotos, una receta peruana, un paso de bachata. La curiosidad oxigena.
Dormir lo suficiente, sí, pero sin obsesión. Reír en la sobremesa, también. Hinohara repetía con su ejemplo que mantenerse útil —para alguien, para un barrio, para una causa— cambia la biología y el ánimo. En casa, un post-it en la nevera puede recordarlo: “hoy escaleras, hoy llamado a mi hermana, hoy sopa de verduras”.
Vivir hasta los 100 quizá no dependa de nosotros; vivir con ganas, seguramente sí. La vecina del cuarto llega a su rellano, respira y sonríe. No hay épica. Solo otro día bien elegido.
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