Las vacaciones han terminado y a menudo nos encontramos con el estómago revuelto, la digestión más lenta, el vientre hinchado y esa extraña sensación de “desorden” interior.
No es solo culpa de los excesos: viajes, cambios de horarios, comidas fuera de casa, helados, alcohol y poco movimiento alteran algo mucho más profundo: la flora bacteriana intestinal. Y cuando el intestino pierde su equilibrio, no solo se resiente la digestión, sino también el estado de ánimo, la calidad del sueño, la sensación de hambre e incluso la capacidad de concentrarse.
Septiembre es el momento perfecto para poner las cosas en orden, precisamente porque se vuelve a una cierta regularidad. Y el intestino ama la regularidad: comidas estables, horarios fijos, alimentos sencillos pero ricos en lo que sirve para “resetear” la flora intestinal después de semanas de caos alimentario.
El secreto no es hacer una dieta drástica, sino reconstruir un ambiente favorable para las bacterias buenas. Aquí entran en juego los fermentos naturales, los alimentos ricos en fibra soluble y los hábitos cotidianos inteligentes.
Entre los protagonistas silenciosos de este periodo está el kéfir, una bebida fermentada que contiene una amplia variedad de bacterias y levaduras beneficiosas. A diferencia del yogur, el kéfir coloniza el intestino de forma más duradera, mejora la digestión de la lactosa, reduce la hinchazón y aumenta la biodiversidad intestinal. Basta con un vaso al día, preferiblemente por la mañana o a media tarde, para empezar a notar la diferencia.
Pero los fermentos solos no bastan: necesitan alimento. Aquí entran en juego las fibras prebióticas, presentes en manzanas, puerros, tupinambo, cebollas, avena y legumbres. Estos alimentos proporcionan el nutriente ideal para las bacterias “buenas”, favoreciendo su crecimiento y limitando las dañinas. Y cuando la flora intestinal está bien nutrida, también mejora la producción de serotonina (que se genera en gran parte en el intestino). ¿La traducción? Un estado de ánimo más estable y un hambre más controlada.
Fundamental también la regularidad: comer siempre más o menos a los mismos horarios, no saltarse las comidas, evitar picos glucémicos y apostar por un desayuno verdadero, no improvisado. También caminar cada día ayuda: la actividad física estimula el tránsito intestinal y reduce la inflamación de base que suele acompañar a una flora alterada.
No hace falta ningún “reset” drástico. Hace falta constancia, un poco de escucha y elecciones sencillas, como volver a cocinar platos vegetales, beber más agua y quizá empezar el día con un gesto nuevo: una cucharada de semillas de lino remojadas o una taza de caldo vegetal tibio.
El cuerpo sabe qué hacer si le damos los medios adecuados. Septiembre es el mes de la nueva etapa también para el intestino —y es justamente desde ahí que se reconstruye nuestra energía.
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