Durante años nos hicieron creer que la mantequilla era uno de los peores enemigos de la salud cardiovascular. Pero la verdad es más matizada.
Si se consume con moderación, dentro de una alimentación equilibrada, la mantequilla no es necesariamente la principal culpable de la hipercolesterolemia. Los verdaderos responsables del aumento del colesterol suelen ser alimentos mucho más insidiosos, que pasan desapercibidos en la dieta diaria porque se presentan con etiquetas tranquilizadoras, términos como “light” o perfiles vegetales que aparentan ser más saludables.
El problema, de hecho, no es tanto la grasa en sí, sino la calidad de esa grasa y su origen. Los verdaderos peligros son las grasas trans y las saturadas de baja calidad, a menudo presentes en productos industriales ultraprocesados. Varios estudios, entre ellos uno publicado en el New England Journal of Medicine, han demostrado que el consumo habitual de este tipo de grasas está asociado a un aumento significativo del colesterol LDL (el malo) y a una disminución del HDL (el bueno), lo que incrementa el riesgo de infarto e ictus.
Muchos creen que están haciendo lo correcto al sustituir la mantequilla por margarina, pero en realidad algunas margarinas aún contienen grasas trans, que son incluso peores. Y lo peor es que muchas veces ni lo notamos. Solo basta leer la etiqueta y encontrar la frase “aceites vegetales hidrogenados” para darnos cuenta de que quizás estamos empeorando la situación en lugar de mejorarla.
Lo mismo ocurre con esos snacks envasados que parecen inofensivos: una galleta a media mañana, un bizcocho por la tarde… pero que, día tras día, llenan el organismo de grasas de pésima calidad. El cuerpo no las elimina fácilmente, y el colesterol tiende a subir, aunque pensemos que no estamos comiendo tanto.
También están las carnes procesadas, esas que se colocan rápidamente en un bocadillo o se compran ya cortadas: salchichas, bacon, embutidos. Son prácticas, claro, pero están cargadas de grasas saturadas, aditivos y conservantes, que no ayudan en absoluto, especialmente si ya tienes niveles de colesterol altos o antecedentes familiares de problemas cardiovasculares.
¿Y qué decir de los quesos fundidos y las salsas light? Nos engañan con su aspecto “suave” y su sabor agradable, pero están llenos de grasas vegetales refinadas y sustancias poco naturales. Lo mismo vale para muchas «natas vegetales para cocinar»: pueden parecer ligeras, pero suelen estar hechas con aceite de palma o de coco, que de ligeros no tienen nada para el corazón.
Incluso las palomitas de microondas, tan prácticas y aparentemente inofensivas, pueden contener grasas trans y aromas artificiales. No hay problema si las comes una vez al mes, pero si se convierten en costumbre, son un veneno diario que actúa en silencio.
La verdad es que no hace falta cambiar por completo tu alimentación o volverse fanático del control. Basta con aprender a reconocer lo que nos hace bien y lo que nos perjudica, incluso si a primera vista parece más saludable que la mantequilla. Y tal vez volver a los gestos simples: un chorrito de aceite de oliva virgen extra, ingredientes que conocemos y entendemos al leer la etiqueta, menos envases y más comida real. Así es como se empieza a sentirse mejor también a nivel de colesterol.
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