¿Te preocupa descubrir una alergia alimentaria mientras viajas? ¿Cómo actuar?
En la mesa de un bar de pintxos en San Sebastián, el camarero canta los ingredientes a toda velocidad. Huele a mar y a mantequilla. La bandeja brilla. Y, aun así, alguien con alergia a frutos secos duda: ¿ese pesto lleva piñones? No hay botón de deshacer en un menú degustación.

Viajar con alergia no va de renunciar, sino de anticiparse. Lleva siempre tu medicación, con el autoinyector de adrenalina si lo tienes pautado, y un plan escrito: síntomas, pasos y teléfonos de emergencia. Según la OMS, las reacciones pueden aparecer por trazas mínimas; la prevención es tu mejor aliado.
Prepara una “tarjeta de alergias” traducida al idioma local e inglés. Funciona en la barra de un mercado de Oaxaca o en una trattoria de Roma. Frases útiles: “I am allergic to nuts” o “Sono allergico/a alle noci”. Añade ejemplos concretos: cacahuete, avellana, anacardo. Cuanto más claro y visual, menos margen para el error.
Preguntar bien: la pequeña ciencia de la cocina real
No preguntes solo “¿lleva X?”. Pide detalle: caldos, salsas y adobos. ¿Se fríe en el mismo aceite? ¿Hay postres sin frutos secos que no compartan utensilios? En buffets, mejor solicitar ración desde cocina para evitar contaminación cruzada.
En vinos y bodegas: atención a los sulfitos, obligatorios en etiqueta cuando superan un umbral, y a clarificantes tradicionales como clara de huevo o caseína, que algunas bodegas declaran. Si dudas, pregunta. En España, las cartas deben informar sobre alérgenos de forma clara, de acuerdo con la normativa europea.

En la Unión Europea, el Reglamento 1169/2011 exige identificar 14 alérgenos principales en alimentos envasados y, también, informar de ellos en restauración. AESAN lo recuerda a menudo y no es un capricho: gluten, crustáceos, huevo, pescado, cacahuetes, soja, leche, frutos de cáscara, apio, mostaza, sésamo, sulfitos, altramuces y moluscos. En otros países latinoamericanos la obligación varía, así que conviene revisar normas locales o comprar productos con etiquetado claro.
“Puede contener” no significa que el ingrediente esté en la receta, sino que podría haber trazas. Si tu alergia es grave, esa línea decide la compra.
Llama antes a ese asador en Buenos Aires y explica tu alergia; muchos cocineros agradecen el aviso y se organizan. En tours de bodegas, avisa al guía. En mercados, busca puestos con preparación a la vista; en cevicherías, mejor platos sin salsas opacas si hay dudas con frutos secos o lácteos.
Las apps de traducción ayudan, pero el gesto de mostrar la tarjeta imprime seriedad. Y un pequeño ritual salva: mirar, preguntar, confirmar, probar primero un bocado mínimo. Repite sin prisa.
No se trata de vivir con miedo. Se trata de comer con conocimiento. Dejar que la memoria del viaje sea el crujir del pan recién hecho, no el pitido de una ambulancia. Porque el gusto más profundo, al final, es regresar sano y con historias que aún saben a hogar.





