Cuando se sigue una alimentación equilibrada o se está intentando perder peso, uno de los momentos más temidos es el aperitivo. A menudo se asocia con frituras, bebidas alcohólicas azucaradas, snacks hipercalóricos y picoteos difíciles de cuantificar.

Pero decir siempre “no” a la vida social puede volverse estresante y poco sostenible a largo plazo. La verdad es que no es necesario renunciar, basta con saber elegir. Un aperitivo puede ser sabroso, satisfactorio y, al mismo tiempo, compatible con una dieta saludable si se aprende a reconocer las combinaciones inteligentes.
La clave está en anticipar las elecciones, no en someterse a ellas. No hay que llegar con hambre ni dejarse tentar por lo que aparece: basta con conocer un par de reglas y tener en cuenta qué alimentos realmente sacian sin agobiar. De este modo, el aperitivo deja de ser un “desliz” y se convierte en una parte tranquila y manejable de la rutina alimentaria, incluso durante un proceso de adelgazamiento.
Las elecciones estratégicas que marcan la diferencia
Un buen punto de partida es la gestión de las bebidas. El alcohol no debe demonizarse, pero sí entenderse. Evita los cócteles azucarados o las bebidas fuertes con licores, y prefiere una copa de vino blanco seco o prosecco, mejor aún si va acompañada de un vaso de agua. Si no bebes alcohol, puedes optar por un bitter sin alcohol y sin azúcar o una tónica sin edulcorantes con lima. También un zumo recién exprimido o un licuado ligero (sin frutas demasiado dulces) son buenas alternativas.

En cuanto a la comida, evita las focaccias, galletitas saladas, hojaldres y frituras: están cargados de grasas de baja calidad y carbohidratos refinados. En su lugar, apuesta por proteínas magras y fibra: son ideales las brochetas de mozzarella con tomatitos cherry, hummus con bastones de zanahoria o apio, aceitunas (con moderación), salmón ahumado con pepino o carpaccio de bresaola con lascas de parmesano. Todas son combinaciones que sacian, aportan nutrientes y no elevan demasiado la glucemia.
Otro truco útil es tomar una pequeña merienda proteica una hora antes del aperitivo, como un yogur griego natural o un puñado de almendras. Así no llegas con hambre nerviosa y puedes elegir con más claridad qué poner en el plato.
Por último, atención con las cantidades: mejor dos opciones bien pensadas y sabrosas que probar de todo y acabar sintiéndote pesado y frustrado. Si estás fuera de casa, observa bien lo que se sirve y elige tú mismo el plato, sin picotear distraídamente de la bandeja. Si tú organizas el aperitivo, aún mejor: prepara mini porciones equilibradas con alimentos de calidad y una bebida a base de agua con gas, pepino y limón.
El aperitivo puede ser un aliado y no un enemigo si aprendes a transformarlo en una pausa inteligente, sin restricciones pero con atención real. Porque estar a dieta no significa quedarse en casa con una ensalada. Significa saber elegir bien, incluso cuando estás disfrutando de la vida.