Te levantas por la mañana y estás cansado, durante el día estás cansado y por la noche lo estás aún más. Si tienes esta sensación constante, podrías necesitar revisar tu plan de alimentación.

Hay un tipo de fatiga que no proviene de hacer demasiado, sino de algo que, sutilmente, nos ralentiza cada día. A veces duermes lo suficiente, comes “saludable”, tomas vitaminas… pero sigues sintiéndote cansado. ¿Y si fuera justamente lo que comes lo que te quita energía en lugar de dártela? Algunos alimentos, incluso aquellos aparentemente “correctos”, exigen demasiado al organismo o alteran sus ritmos, dejándote más vacío que nutrido.
No es ninguna novedad, pero a menudo subestimamos nuestros propios conocimientos. Hay ciertos alimentos que “activan” en exceso el sistema nervioso y luego producen el efecto contrario: estimulan en el momento, pero terminan agotando nuestra energía. Como por ejemplo, demasiados cafés, snacks muy salados, especias en exceso (como abusar del chile). No se trata solo del azúcar, sino de varios alimentos que pueden provocar ese efecto de “subidón y caída” en el cerebro o en el sistema simpático. Estos alimentos pueden generar una falsa agitación, un agotamiento nervioso y una bajada de atención que finalmente nos deja vacíos.
En estos casos, recurrir a suplementos o bebidas energéticas sería incluso peor, ya que pueden producir exactamente el mismo efecto mencionado antes.
Alimentos “saludables” que alteran la digestión y roban energía
Más arriba hablamos de café, especias y snacks, que de por sí no son considerados alimentos especialmente saludables, pero no son los únicos que pueden tener efectos negativos sobre la energía. Incluso aquellos que se consideran seguros pueden tener un impacto negativo si están mal cocinados, si se consumen en exceso o sin criterio.
Hay alimentos que, en teoría, son saludables. Y lo son. Pero eso no significa que siempre nos hagan sentir bien. A veces comemos cosas que deberían darnos energía y en cambio nos dejan cansados, hinchados, mentalmente lentos. ¿La razón? No es el alimento en sí, sino cómo lo gestiona nuestro cuerpo.
Tomemos como ejemplo las legumbres. Son una fuente valiosa de proteínas vegetales y fibra, pero si no están bien cocidas, bien remojadas o cocinadas con el cuidado adecuado, pueden ser difíciles de digerir. El organismo necesita mucha energía para “descomponerlas”, y mientras tanto puede hincharse, ralentizarse, hacernos sentir somnolientos. En lugar de proporcionarnos nutrientes listos para usar, nos imponen un trabajo digestivo agotador.
Lo mismo ocurre con las ensaladas muy frías, sobre todo si se comen rápido o por la noche. Nuestro estómago trabaja a una cierta temperatura. Cuando llega algo demasiado frío, el sistema digestivo tiene que calentarlo para poder procesarlo, y en ese proceso se pierde energía. El resultado es una digestión lenta, sensación de vacío e incluso hambre nerviosa poco después.
Por último, el exceso de fibras crudas: a menudo se las considera aliadas para mantener la línea, pero si se consumen en grandes cantidades en una sola comida (salvado, verduras crudas muy fibrosas, cereales integrales “pesados”) pueden irritar el intestino, ralentizar la absorción y causar hinchazón. Y la hinchazón, incluso si es leve, es una forma de fatiga interna: el organismo está ocupado intentando gestionar algo que le resulta difícil.
Así que sí, son todos alimentos válidos — pero no siempre en el momento adecuado, en la cantidad adecuada o en la forma adecuada. La fatiga, a veces, no proviene de lo que falta, sino de lo que, aun siendo saludable, exige demasiado a nuestro cuerpo para ser procesado.
Algunos alimentos nutren el cuerpo, otros lo cargan pero luego lo vacían. A veces, basta con cambiar un hábito, un horario, una combinación… para descubrir que la verdadera energía no está lejos, solo está mal distribuida.