¿Te han dicho que tienes el colesterol un poco alto? ¿Que tu glucosa sube y baja como una montaña rusa? ¿O que tu presión está empezando a jugar en tu contra?

La primera reacción suele ser correr a la farmacia o buscar “dieta milagrosa” en internet. Pero la realidad es mucho más sencilla (y menos dramática): mucho se decide en la mesa. Sí, entre un bocado y un sorbo: pequeños gestos cotidianos que, si se repiten, pueden marcar una diferencia real. Y no, no necesitas vivir a base de zanahorias y resignación. Se trata de comer con más criterio. Eso es todo.
El colesterol LDL, el “malo”, no es el villano de una película, pero en exceso puede causar problemas. Por suerte, se puede controlar con algo tan cotidiano como la comida. ¿Qué reducir? Los sospechosos habituales: mantequilla, embutidos, quesos curados, fritos. No hace falta borrarlos de tu vida, pero sí invitarlos con menos frecuencia. ¿Qué sumar? Legumbres, avena, hojas verdes, frutos secos naturales, todos aliados reales. Y, cómo no, pescado azul como sardinas, caballa o boquerones: pequeños, baratos y llenos de Omega 3. Un consejo sencillo pero clave: el aceite de oliva virgen extra, siempre en crudo. Cocinarlo a fuego alto le quita lo bueno… y lo convierte en humo.
Si el problema es la glucosa: todo está en el equilibrio
El azúcar no está solo en los dulces. Aparece disfrazado en panes blancos, cereales refinados, zumos, productos «fit». El cuerpo necesita glucosa, pero la idea es evitar los picos bruscos que agotan tu energía y alteran tu sistema. La fórmula mágica (que no es mágica): hidratos de carbono complejos, proteínas y fibra en cada comida. Por ejemplo, quinoa con lentejas y verduras asadas. Fácil, rico y saciante. Un truco de endocrinos que vale oro: empieza tus comidas con algo de verdura o proteína ligera, como un huevo duro o atún al natural. Así, tu cuerpo absorbe los azúcares más lentamente. ¿Te apetece algo dulce? Mejor una fruta entera que una barrita “light” con ingredientes que ni sabes pronunciar.

Si el problema es la presión alta: la sal está en todas partes (aunque no lo creas)
Si tienes la presión elevada y escondes el salero, vas por buen camino… pero no suficiente. El verdadero exceso de sodio está en los alimentos procesados como embutidos, quesos, pan industrial, salsas preparadas, caldos en cubo y snacks. ¿Qué hacer? Apostar por alimentos ricos en potasio como plátanos, espinacas, aguacates o boniato. Y por supuesto, hidratarte bien. Más agua, más infusiones sin azúcar, menos refrescos. Las cocciones suaves ayudan mucho: vapor, horno, plancha. Y para dar sabor, olvídate del salero y juega con hierbas aromáticas. Tu presión (y tu paladar) lo agradecerán.
¿El secreto? Una dieta que realmente funciona existe desde hace siglos
No hace falta buscar la última moda en TikTok. Lo que funciona está más cerca de lo que crees. La dieta mediterránea tradicional sigue siendo la mejor opción: equilibrada, variada, sabrosa y científicamente respaldada. Incluir verduras frescas de temporada, cereales integrales, legumbres, frutas, pescado y aceite de oliva virgen extra no es solo una cuestión de tradición: es una forma de prevención real.
Comer bien no es aburrido. Es liberador
Colesterol, glucosa, presión… no son sentencias. Son señales. Y muchas veces basta con ajustar algunos hábitos alimentarios, sin dramas. No hace falta ser perfecto: la constancia vale más que la obsesión. Comer bien no significa renunciar, sino elegir mejor lo que de verdad te nutre. Y si un día te pasas, tampoco pasa nada. Lo importante es lo que haces la mayoría del tiempo.