La idea de “empezar el lunes” tranquiliza, pero suele engañar. Nos da la ilusión de tener el control, cuando en realidad nos mantiene inmóviles.

Fijar un día exacto da la sensación de estar organizados, pero muchas veces es solo una manera de posponer. Dejarlo para el lunes significa trasladar a un futuro incierto la responsabilidad de una decisión que podríamos tomar ya. Mientras tanto, la motivación se desgasta y el hábito que deseamos crear se queda en una intención. Para que el cambio sea real, necesita un punto de partida vivido, no solo imaginado.
Esperar el momento perfecto es una excusa muy bien disfrazada. La verdad es que el momento ideal casi nunca llega, porque la vida está llena de días complicados, imprevistos, cansancio, cambios de humor. ¿Cuántas veces has esperado que “pase esta semana” o “termine el mes”? Y, sin embargo, la sensación de estancamiento sigue ahí. Por eso, el mejor momento es aquel en el que decides hacer algo de todas formas. Aunque sea poco. Aunque no sea perfecto. Empezar mal es mejor que no empezar nunca.
El pensamiento del lunes es una trampa mental
Así que el gesto que marca el verdadero inicio del cambio no tiene nada de espectacular. Es algo pequeño, inmediato y real. Puedes salir a caminar 10 minutos sin rumbo fijo. Puedes levantarte del sofá y estirar los brazos durante un minuto, o beber un vaso de agua mientras respiras con conciencia. Puedes escribir una frase en una libreta: “Hoy me elijo”. Puedes ordenar un cajón, preparar la ropa para mañana, apagar una notificación. Incluso decir “no” por primera vez a algo que no quieres hacer. Ese gesto, por mínimo que parezca, activa una parte de ti que estaba esperando ser escuchada.

Con ese gesto, tu mente dirá “he empezado” y se activará para dar el siguiente paso. Porque no se trata de fuerza de voluntad infinita, sino de crear un hilo conductor entre un momento y el siguiente. Desde ahí puedes repetirlo cada día, añadir nuevas acciones poco a poco, y cuanto más lo hagas, más cerca sentirás tu objetivo. La constancia nace de la práctica, no de la perfección.
No se trata de cambiar todo en un día, sino de cambiar la forma en que te relacionas con el momento presente. Cuando entiendes que moverte, decidir, cuidarte o actuar no requiere un escenario ideal, empiezas a confiar más en ti. Lo importante no es lo grande que sea el paso, sino que lo des sin esperar a que todo encaje. A veces, un gesto mínimo desencadena una reacción en cadena que transforma tu rutina sin que te des cuenta.
Eso que hoy parece insignificante puede ser, con el tiempo, la base de una nueva forma de estar contigo. Cambiar es menos una meta que una actitud: una disposición constante a escucharte y responder. No necesitas promesas. Solo atención. Y un primer gesto, ahora.