Hubo una época en la que no me reconocía. La mente siempre un poco nublada, los pensamientos lentos, la piel tirante y más apagada de lo habitual. Luego lo resolví así.

Dormía, comía de forma equilibrada, incluso hacía algo de ejercicio. Y sin embargo, la sensación constante era la de ir con una marcha menos. Nada grave, pero lo suficiente para que todo resultara más pesado. Cuando hablé con un nutricionista, no tardó en identificar el posible problema. Me preguntó qué tipo de grasas consumía habitualmente, y ahí me di cuenta de que, en mi afán por “comer sano”, casi las había eliminado.
Usaba poco aceite, evitaba los frutos secos por miedo a las calorías y apenas comía pescado. Su consejo fue claro: añade cada día una pequeña cantidad de grasas buenas, las de verdad, las que realmente hacen bien.
Cuando te falta algo y no sabes qué
El cuerpo no siempre lanza señales fuertes. A veces se apaga lentamente, y te acostumbras a vivir en modo “supervivencia”. Mente nublada, piel más frágil, ánimo inestable, cansancio crónico: todo parece normal, pero no lo es.

Una de las causas puede ser la carencia de ácidos grasos esenciales, en especial de omega 3. Nuestro cuerpo no los produce, pero son fundamentales para el buen funcionamiento del cerebro, el corazón, la piel, las hormonas y los procesos inflamatorios. Según el profesor Philip Calder, catedrático de inmunología nutricional en la Universidad de Southampton, una buena cantidad de omega 3 en la dieta está directamente relacionada con una mejor respuesta antiinflamatoria y una mayor eficiencia cognitiva. Y sin embargo, muchas personas consumen menos de la mitad de la cantidad recomendada.
Cuando pensamos en grasas, el primer instinto es reducirlas. Durante años se nos dijo que engordan, que dañan el corazón, que nos hacen sentir pesados. Pero esa visión está superada: son las grasas incorrectas y en exceso las que provocan problemas. Los omega 3, por el contrario, ayudan a que el cuerpo funcione mejor.
Los alimentos que me devolvieron la energía y la luminosidad
Empecé poco a poco, sin cambiarlo todo. En el desayuno añadí una cucharadita de semillas de lino molidas al yogur. En el almuerzo usé aceite de lino en crudo o fui más generosa con el aceite de oliva virgen extra. Por la noche, incluí pescados grasos como salmón, caballa o trucha, al menos dos veces por semana.
También los frutos secos, especialmente las nueces, volvieron a mi dieta, en pequeñas cantidades pero con constancia. A los pocos días noté la mente más despejada, la piel menos seca y una energía más estable. Era como si el cuerpo hubiera recibido una parte que le faltaba desde hacía tiempo.
A veces buscamos claridad mental en el café y una piel perfecta en los cosméticos, olvidando que todo empieza en el plato. Los omega 3 no son solo un suplemento: son una forma de nutrición profunda.