Navidad en el Mundo: ¿Qué se come en Japón durante las festividades navideñas?

Tokio en diciembre brilla en azul y huele a caldo. La Nochebuena se vuelve una cita. Entre cuencos humeantes y un pastel rojo y blanco, la noche cambia.

Las noches de diciembre en Tokio montan su propio escenario: avenidas bañadas en azul eléctrico, parejas que caminan pegadas a un mismo abrigo y vitrinas con dulces rojos y blancos. El aire trae vapor de caldo y, en más de una esquina, el perfume inconfundible del pollo frito recién hecho. No es una postal navideña al estilo europeo. Es otra película, con subtítulos japoneses.

En Japón, la Navidad no es festivo nacional y se vive más como cita romántica que como reunión familiar. Ese dato lo repite la Organización Nacional de Turismo de Japón, y se nota en la calle: el 24 de diciembre se parece a un San Valentín frío. La cena se reserva, las iluminaciones se visitan, el regalo se deja caer sin ruido.

Luces, citas y una fecha distinta

La parte “seria” de las fiestas llega con el Año Nuevo, que sí mueve rutinas y tradiciones. Por eso la Nochebuena en Tokio tiene ritmo de plan más que de banquete. Se camina mucho, se mira mucho, se compra algo pequeño y bonito. La ciudad hace el resto con luces que parecen diseñadas para fotos y silencios compartidos.

En ese contexto, la comida cumple una misión simple: dar calor y acompañar. El invierno japonés empuja hacia cuencos humeantes, y ahí el ramen entra como refugio: caldo profundo, fideos elásticos y chashu, ese cerdo meloso cocido lento con soja, mirin y jengibre. No hace falta conocer reglas. Basta con el primer sorbo para entender por qué en diciembre se vuelve una idea fija.

Qué se come en diciembre

En estaciones y puestos, el oden aparece como el comodín perfecto. Es un guiso claro de dashi con daikon, huevo, konnyaku y pastelitos de pescado. Según ha contado NHK, en estas fechas muchos konbini colocan sus ollas de oden en primera línea, como un faro caliente para manos heladas y prisas de última hora.

En casa, una versión casera puede nacer sin complejos. Un caldo suave funciona: dashi si se encuentra, o un fondo de pollo ligero si no. Luego, un chorrito de soja y piezas sencillas: nabo o rabanitos, huevos cocidos, tofu firme, alguna salchicha. No es el oden de manual, pero consuela igual y queda perfecto para una cena tranquila de diciembre.

Y luego está el fenómeno pop, el que siempre sorprende a quien llega por primera vez: el “Kentucky Christmas”. The Japan Times y la radiotelevisión pública han explicado cómo la costumbre de encargar cubos de pollo frito se disparó desde los años setenta, hasta volver normal la reserva con semanas de antelación. La escena es muy Tokio: cubo humeante, ensalada de patata, una bebida burbujeante y la tele de fondo. No es tradición antigua. Es tradición moderna, que a veces pesa lo mismo.

La tarta que cierra la noche

La otra protagonista es la tarta de fresas y nata, un bizcocho ligero cubierto de crema blanca y coronado con fresas brillantes. Es simple, pero tiene símbolos claros: rojo y blanco, colores de buena fortuna en Japón. Pastelerías y supermercados la venden por encargo, también en tamaño individual. Esa versión pequeña encaja con la idea de una Navidad de dos, sin necesidad de mesa larga.

Para replicarla, la fórmula es directa: bizcocho genovés, nata montada con poca azúcar y fresas frescas. En España suelen asomar en diciembre, en el Cono Sur el verano juega a favor. Si no hay fresas, frambuesas o mandarinas funcionan con un guiño local. El resultado no busca competir con un roscón. Busca un bocado ligero y festivo.

La Navidad japonesa no intenta ganar un concurso de banquetes. Propone otra cosa: luces, paseos, cuencos que humean y un pastel que cabe en una caja. Es un ritual pequeño que calienta las manos y también el ánimo. En mitad del invierno, eso ya es una victoria.

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