Por qué comemos doce uvas en Nochevieja: historia y sentido de una tradición

Doce segundos, doce deseos y un gesto que se repite cada año. Las uvas de Nochevieja esconden una historia curiosa.

El silencio tenso antes del primer golpe de reloj, el plato con doce uvas contadas a ojo, la abuela que las pela “para no atragantarse” y el primo que promete doce propósitos imposibles. En Nochevieja, España y buena parte de América Latina se sincronizan con un rito diminuto: doce bocados para entrar con buen pie en el año nuevo.

Por qué comemos doce uvas en Nochevieja: historia y sentido de una tradición
Por qué comemos doce uvas en Nochevieja: historia y sentido de una tradición

La historia tiene dos capítulos que se encajan. La hemeroteca de la Biblioteca Nacional recoge crónicas de finales del XIX en las que madrileños acomodados despedían el año con uvas y champán, una costumbre con aires parisinos que pronto se popularizó en la calle.

Años después, en 1909, los viticultores del Vinalopó y Murcia aprovecharon una cosecha extraordinaria para impulsar la idea de comer una uva por cada campanada. La tradición ya existía; aquel excedente la hizo masiva y con número propio: doce, como los meses.

Desde entonces, el reloj de la Puerta del Sol marca el ritmo del país. De acuerdo con RTVE, las campanadas televisadas desde ese edificio son un clásico desde los años sesenta. Y hay liturgia: primero suena el carillón, luego los cuatro cuartos, y solo después empiezan las doce campanadas “de verdad”. Quien se adelanta, pierde el compás.

Lo que significan las uvas (y por qué siguen ahí)

Cada uva carga un deseo, un “a ver si este año…” que cabe en la boca. Es un gesto sencillo, pero compartido. En México, Perú, Argentina o Venezuela la escena se repite con acentos distintos: algunos guardan las uvas en una copa de espumoso; otros se las comen bajo la mesa para atraer fortuna, entre maletas, lentejas o ropa interior de colores. El sentido, en cualquier caso, es el mismo: juntar esperanza y tiempo en doce mordiscos sincronizados.

La uva también cuenta una historia agrícola. En España, la Uva de Mesa Embolsada del Vinalopó —protegida por denominación de origen— ha hecho de Nochevieja su escaparate: esos racimos que crecen dentro de bolsas de papel llegan intactos a diciembre y soportan bien el viaje hasta el salón.

Consejos prácticos para no perder la sonrisa

Prepara las uvas con antelación: lávalas, quítales el pedicelo y, si son grandes, córtalas por la mitad. Si hay peques o personas mayores, mejor sin pepitas y peladas. Protección Civil insiste cada año: cuidado con los atragantamientos; no pasa nada por saltarse el reto si hay riesgo.

Ensayo general: reparte las uvas en vasitos numerados o en montones de doce. Evita el “me faltan dos” a mitad de campanadas.

Sigue el reloj: espera a que acaben los cuartos. Comer a ritmo sereno es parte del juego y reduce sustos.

Alternativas respetuosas: si alguien no puede tomar uva, usa trocitos de manzana o arándanos; lo importante es participar del compás común.

Al final, las uvas son una pequeña coreografía doméstica. Un país entero —y muchos otros— masticando a tiempo, entre risas, nervios y promesas susurradas. Doce golpes, doce gestos, y la sensación, tan humana, de que empezar juntos nos da un poco más de suerte.

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