Cestas de Gorgonzola, Apio y Nueces: Un Toque Creativo y Delicioso para tu Buffet

Horno encendido, tarde de sábado y una bandeja que entra y sale de la cocina. En el buffet, las miradas se detienen en unas cestas doradas, pequeñas y fragantes. Al morder: crujiente de masa brisée, abrazo cremoso de gorgonzola, frescor del apio, crujido de la nuez. Un bocado que parece sencillo y, sin embargo, lo tiene todo.

La base crujiente y el corazón cremoso

Puedes usar masa brisée comprada o hacerla en casa. Corta círculos, fórralos en moldes de mini tartaletas y pincha la base. Hornea en blanco 10–12 minutos a 190 °C con pesos o legumbres secas para que no se hinchen.

Mientras, mezcla gorgonzola dolce con una cucharada de nata o mascarpone para suavizarlo. Añade apio muy picado —bien seco con papel para evitar agua— y nueces tostadas troceadas. Sal no hará falta; una pizca de pimienta negra sí. Rellena las cestas y vuelve al horno 5–7 minutos, lo justo para que el queso funda y perfume la cocina. Deja templar y termina con daditos de apio fresco y una nuez en la superficie.

Trucos que marcan la diferencia

Tuesta las nueces 5 minutos en sartén o 8 en horno: el aroma se multiplica. Si usas cestas comerciales, rellena y hornea apenas 3–4 minutos para mantener la base crujiente. Para transportar al buffet, colócalas en una caja rígida y no las apiles; se mantienen bien a temperatura ambiente durante el aperitivo.

¿Niños en casa? El gorgonzola dolce es suave; si prefieres algo más intenso, pasa al piccante. En España, un Valdeón funciona de maravilla; en Argentina, un buen roquefort. Ajusta cantidad y listo.

Sabores que se llevan bien

El gorgonzola, DOP de Lombardía y Piamonte, es un azul con personalidad que agradece contrastes frescos y dulces. Por eso el apio limpia el paladar y las nueces aportan grasa buena y textura —según la Fundación Española de la Nutrición, son ricas en grasas insaturadas—. Si quieres un giro: un hilo de miel, unas hojas de tomillo, o tres cubitos de pera salteada. En otoño, unas setas picadas y salteadas quedan de cine.

Un domingo de vermú en Madrid, una terraza en Guadalajara, México, o una mesa larga en Rosario: la bandeja va y viene, y la mano vuelve sin darse cuenta. Hay un equilibrio sencillo en estos bocados: crujir, fundir, refrescar. Al final, lo que se recuerda no es la receta, sino el instante: la conversación que sigue, las risas, el silencio breve antes de ir a por otro. Esa clase de cocina que suma sin hacerse notar.

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