Una tarde de diciembre, la ventana se empaña, suena la tetera y la casa huele a vainilla. En la mesa, pequeñas medias lunas cubiertas de azúcar brillan como si acabaran de caer del cielo. Son Vanillekipferl: los biscotti navideños de Austria que se deshacen al primer mordisco y dejan un rastro de mantequilla y almendra que consuela el día más frío.
Fragantes y delicados, tienen una textura arenosa que recuerda a nuestros polvorones, pero con el perfume inconfundible de la vaina de vainilla. La masa es simple: mantequilla, harina de trigo y almendra molida, azúcar, un toque de sal y, a veces, una yema para redondear. Se forman pequeños cuernos, se hornean sin llegar a dorar y, aún tibios, se visten con azúcar glas avainillado. No hace falta más para que la cocina parezca Viena por un rato.
Un bocado vienés con forma de luna
La leyenda dice que los Vanillekipferl celebran la derrota del Imperio Otomano en 1683: una media luna comestible para recordar el asedio de Viena. Es una historia bonita, aunque difícil de probar; historiadores gastronómicos la consideran más mito que documento. Lo que sí es claro es su arraigo: según la Oficina de Turismo de Viena, forman parte de la repostería clásica de Adviento, presentes en pastelerías históricas y en los mercados navideños. El rito es sencillo: hornear, enfriar, guardar en latas metálicas y compartir sin prisa.
Cómo hacer Vanillekipferl en casa
Para una bandeja generosa: 180 g de mantequilla fría, 250 g de harina, 100 g de almendra molida, 80 g de azúcar, 1 yema (opcional), las semillas de una vaina de vainilla o azúcar vainillado y una pizca de sal. Aparte, azúcar glas mezclado con más vainilla para rebozar.
Mezcla secos y mantequilla hasta lograr migas finas; añade yema y vainilla y reúne la masa sin trabajarla demasiado. Reposa en frío 30–60 minutos. Forma cilindros del grosor de un dedo, corta trocitos y dales la curva suave del kipferl sin apretar. Hornea a 170 °C, 10–12 minutos: deben quedar pálidos, apenas dorados en la base. En cuanto puedas tocarlos, pásalos por el azúcar glas avainillado. Espera a que enfríen del todo: la magia ocurre en ese silencio.
Pequeños trucos que marcan la diferencia:
– Tuesta ligeramente la almendra antes de molerla para un aroma más profundo.
– Si hace calor, enfría también la bandeja: la forma se mantiene mejor.
– Reemplaza la almendra por avellana o nuez si te apetece; sin yema también salen perfectos.
– Guardados en lata, mejoran al día siguiente y aguantan más de una semana.
En España combinan de maravilla con un café con leche de media tarde; en Argentina, con mate; en México, con atole o chocolate caliente. Hay algo reconfortante en esa media luna mínima: cabe en la mano, cruje apenas y, por un instante, enciende una Navidad íntima, sin ruido, donde el tiempo parece volver a casa.





